Traducir

Capítulo 11


Sujetó el asa de su bolso con los dientes mientras evitaba que la chaqueta tocara el suelo, encajando la llave en la cerradura. La habitación olía a sudor, incienso y  flores marchitas. Las últimas guardias habían convertido su estudio en una tienda de segunda mano. La ropa se apilaba sobre la cómoda, las sábanas  habían acampado al pie de la cama y el armario, abierto de par en par, denotaba abandono. Un par de bufandas enroscadas junto a un bolso de paja y varias batas blancas colgadas entre perchas vacías, le suplicaban un poco de orden.

Dejó las llaves y la chaqueta en una mesita de marquetería que compró en uno de sus viajes a Marrakech. Se quitó los zapatos y la camiseta. Al abrir la nevera pensó que aún seguía en la morgue del hospital. Destapó una cerveza helada y, tras un gran sorbo, se le empañaron los ojos. Observando el desastre, pensó, como cada día, que al siguiente, sin falta, pondría un poco de orden. Se sentó frente al portátil mientras frotaba sus huesudos pies en la moqueta. El reloj marcaba las tres y media. Los ciento veintidós mensajes de la bandeja de entrada del correo le recordó la dejadez con que afrontaba las rutinas.

Era perezosa, que le iba a hacer. Apartó la silla y entró en el cuarto de baño. Se quitó las lentillas, abrió la ducha y dejó que corriera el agua. Con su mano tomó la temperatura del agua.

¡Joder! – gruñó, girando el mando hasta que consiguió atemperarla. Estuvo más de diez minutos sentada en la bañera con la alcachofa de la ducha chorreando sobre su cabeza. El cansancio tiraba de sus parpados hacia abajo. Tomó una pastilla de jabón de chocolate de las que su madre había aprendido en el último cursillo al que se había apuntado. Su madre. Con cincuenta años, tras diez relaciones fracasadas desde que falleció Tomás, su padre, intentaba ocupar su vida con cualquier cosa; pero  lo de fabricar jabones artesanos no fue muy buena idea.  Al frotar sus manos en el jabón una sospechosa pasta negra se escurrió entre los dedos.
- ¡Vaya mierda, mamá! ¡No me traigas más pastillitas!, murmuró mientras cogía la botella de gel y la llenaba de agua.

Salió de la ducha, envolvió su cabeza con una vieja toalla y se vistió con un albornoz que distrajo del hotel donde se alojó en el último congreso del SENEC. Rescató la cerveza que había dejado junto al portátil mientras se sentaba de nuevo frente al ordenador.

Entre los últimos mensajes había uno de Ben Millar. Lo abrió, leyendo los informes que se adjuntaban. Vencida por el cansancio se arrastró hasta la cama, dejando el albornoz por el camino. Rescató una sábana del ovillo por una de sus puntas y se tapó hasta la cintura. Abrazada a la almohada se extrañó de no poder conciliar el sueño. Tras una serie de vueltas, inquieta y completamente despejada, se encontró de nuevo sentada en la cama frente al portátil. Accedió a Wikipedia e introdujo los datos del Mattel Children´s Hospital en Los Ángeles, California. 

“No pinta nada mal, LA. Qué tal sería vivir allí”, pensó mientras giraba la rueda del ratón.
 

La idea de trasladarse a los Estados Unidos y abandonar su pequeño y bien controlado mundo era algo que a Vega le intranquilizaba. No entendía el sistema americano, no le caía bien su gente, aunque en general no le caía bien casi nadie, pero, en especial odiaba la hipocresía y en eso, los americanos, se llevaban la palma. ¿O era pragmatismo?

A pesar de sus reticencias sobre trasladarse a los Estados Unidos, sabía que no podía dejar pasar esa oportunidad.
Ben Millar era una eminencia. Doctor en medicina por la universidad de Los Ángeles y especialista en neurología. Miembro de Internacional Movement for Science and Tecnology en San Antonio y parte fundamental de la fundación NAE dedicada al estudio e investigación del Alzheimer.

Había publicado numerosos artículos en revistas científicas y diversos métodos para la ordenación y clasificación de la memoria, entre los que destacaba  “Life in color“, basado en una técnica de libros por colores.
Su excelente coordinación mano-ojo y sus habilidades de razonamiento lo convirtieron en un sobresaliente cirujano. A la edad de treinta años,  ya era el jefe de residentes de neurocirugía del hospital. Y hoy, con tan sólo treinta y dos años, ostentaba el cargo de Director del Departamento de Neurocirugía Pediátrica, siendo el médico más joven en ocupar la posición.

Ben Millar llegó a ser conocido por tratar casos desesperados o de alto riesgo y por combinar sus propias habilidades quirúrgicas y el conocimiento del funcionamiento del cerebro con innovadoras tecnologías. Entre ellas, un procedimiento intrauterino para aliviar la presión sobre el cerebro en una hidrocefalia fetal, convirtiéndose en el primer médico en operar a un feto dentro del útero. Además, Millar, tuvo las agallas de recuperar un peligroso procedimiento quirúrgico, la hemisferectomía, consistente en extraer la mitad del cerebro. Desde entonces, la operación había ayudado a muchos pacientes a alcanzar una vida sana y casi normal. Pero fue uno de los tipos de cirugía más difíciles, la separación de gemelos siameses, la que le dio la fama. Ben Millar y su equipo realizaban alrededor de cuatrocientas intervenciones quirúrgicas al año, la mayoría de ellas de alto riesgo.

Si aceptaba su oferta, Vega formaría parte del grupo multidisciplinar de setenta personas que hacía poco más de un año, en un formidable reto, había conseguido separar a los gemelos siameses alemanes Ferdinand y Imre Leptiem, de siete meses de edad, que estaban unidos por la parte posterior de la cabeza, y en sólo veintidós horas. Hasta esa intervención, los intentos de este tipo siempre habían fracasado, resultando en la muerte de uno o ambos niños. Sin embargo, los hermanos Leptiem sobrevivieron, continuando sus vidas completamente independientes. Y sanos y felices hasta la fecha.

Cerró el ordenador y volvió a la cama. Estaba abstraída viendo los reflejos de  las luces de los escasos vehículos que transitaban por la calle en el techo cuando, de repente, le sobresaltó el despertador. 

- ¿Las cinco y cuarto?  ¡Mierda! Exclamó, mientras se ponía una camiseta verde y un pantalón con las orillas roídas que habitaban en el suelo, lejos del armario.
Corrió al cuarto de baño, se recogió el pelo, dio un trago de colutorio y escupió. Salió disparada por la puerta.

 -Vuelves a llegar tarde Dra. Machí – dijo Lucas mientras le acomodaba una docena de historiales en sus brazos.
 -Lo siento, te debo otra - replicó Vega automáticamente.

Llamó al ascensor y bajó al área de neuropatología, depositando los historiales encima de la máquina de café mientras se servía uno. 

“Quizá, - especuló - debo dar el paso”. 

Tras diez horas, aún tenía que completar historiales y subir al Laboratorio de Biología Molecular y Celular para el procesamiento de las muestras. 
“Lucas estará allí”, pensó, mientras tiraba los hombros hacia atrás intentando desbloquear su espalda.

Después de lo que había pasado, no entendía como le dirigía la palabra. Quizás   valoró que ella no tenía alternativa. Él era la mejor opción para cubrir la vacante en laboratorio. Vega debía decidir a quién trasladar y lo hizo. Las áreas de la Unidad estaban perfectamente coordinadas y, lo que no iba hacer, es poner al gilipollas de Víctor como responsable. Tenía plena constancia de que Lucas odiaba a Berta, una de las ayudantes técnicas y, aunque él no se lo había reconocido, Vega estaba segura que se la cepilló nada más llegar a la Unidad.

Lucas era incorregible. Sus ojos negros absorbían cualquier mirada y a pesar de su gran altura, era dulce y extrovertido. Lucas era su tipo, quizás porque él era todo lo contrario a ella. Sexi, elocuente y seguro de sí mismo. En el fondo, trasladarlo del área de neuropatología no impedía que se vieran a diario, incluso que siguieran trabajando juntos, aunque no podía negar que, de vez en cuando, echaba de menos el flirteo constante.

Como directora científica de la Unidad de Investigación del proyecto Alzheimer (UIPA), Vega coordinaba y trabajaba en las cuatro áreas. Dada su especialidad, la mayor parte de su trabajo lo desempeñaba en neuropatología, extrayendo, procesando, clasificando y distribuyendo los tejidos y, desde que Raisesten se marchó a Tokio, el laboratorio era un caos. Lucas era el único capaz de enderezarlo. Él lo sabía, pero llevaba dos años tras el puesto de director del área de neuropatología, y la decisión de Vega le cayó como un jarro de agua fría.

Subió a la planta 2. La Fundación del Centro de Investigación de Enfermedades Neurológicas (CIEN) estaba ubicada en la Fundación Reina Sofia. En la primera planta estaba ubicada el área de Neuropatología y la de Neuroimagen y en la segunda Laboratorio y el UMA (Unidad Multidisciplinar de Apoyo). 
  
 -Buenas tardes Berta. ¿Qué tal las muestras de esta mañana?
 -Procesadas y clasificadas Dra. Machí.-
- Perfecto. Vamos a procesar estas tres muestras del sujeto A0045B. Varón de 30 años.  Fallecido hace una semana en estado muy avanzado. Según reporta el informe no estuvo sujeto a medicación y, su deterioro degenerativo fue extrañamente rápido. ¡Por fin, una muestra limpia!- Sonrió mientras dejaba la nevera encima del banco metálico.

-      -  Enseguida- contestó Berta.

    La miró fijamente, intentando parecer entusiasmada cuando de sus entrañas le nacía escupirle a la cara. Para sus adentros comenzó a rezar toda clase de insultos hacia Vega. Llevaba más de doce horas en aquel agujero y, a las cinco de la tarde le traía tres muestras para procesar. La odiaba, era la típica cerebrito venida a más. Flacucha, desgarbada, un puto insecto palo obsesiva del trabajo, sin vida social. No podía entender como Lucas llevaba casi un año detrás de la “Mantis”.

    Lucas estaba en la cámara. No se había dado cuenta de que Vega llevaba casi veinte minutos trajinando por el laboratorio. Al abrir la puerta, tras pasar el panel de esterilización, se topó con su espalda. 

           
            - Doctora.- Susurró Lucas acercando su boca a la oreja de Vega.
- Lucas.- Contestó Vega, sin apartar la mirada de lo que estaba haciendo.
 - ¿Quiere que le ayude con eso? 
No gracias. Ya lo tengo. 
Entonces, ¿Una copa? - Vega vaciló unos segundos. Habían iniciado el procesamiento de las muestras y aún, le quedaba como mínimo un par de horas si quería tener los resultados. Pero le apetecía tanto que esta vez decidió delegar.
- Si claro. 
- ¿Le espero? 
- No, ves delante. Nos vemos donde siempre en media hora.

Berta estaba concentrada en el microscopio cuando Vega, desde la puerta, le indicó que mañana repasarían los resultados. Berta, indignada alzó vista y sin mediar palabra, retomó su trabajo. 

La Balada era un antro con cuatro mesas pequeñas, tres sillones viejos y una barra que iluminaba tenuemente el local junto con los pequeños cirios engrosados por el tiempo. Cuando Vega entró, Lucas estaba sentado en un rincón con una cerveza en la mano. La camarera estaba de pie con los brazos apoyados en la mesa dándole a Lucas algo más que una simple conversación. Estaba claro que le estaba tirando la caña de pescar. Vega ignoró la situación y se dirigió a la mesa. Apartó la silla metálica y se sentó.

- ¿Me traes por favor una San Miguel?  Sin vaso.- Dijo Vega mientras dejaba el bolso en el sillón.
- Claro guapa. Bueno ya te contaré - Dijo la camarera mirando a Lucas. Inmediatamente se dirigió a la barra.
- ¿Contarte qué?- Espetó Vega.
- Nada. Chorradas. Ya sabes, intenta ligar conmigo.
- Si claro, ¡cómo no!.

Lucas aprovecho su sonrisa mientras giraba un cacahuete sobre la mesa. Sin dudarlo un segundo, cogió la mano de Vega acercando sus labios a los de ella y le dio un pequeño beso.

-   Te he echado de menos.- Le dijo Lucas en tono suave al oído.
- Lucas, yo… bueno  que
- Vega. Quiero disculparme. Sabes que no encajé muy bien el cambio. Pero ahora sé que me va ir bien tocar laboratorio antes que te despidan y ocupar tu puesto.-Le guiñó un ojo y dio un trago.
No me extrañaría, siempre has sido un trepa- Soltó una carcajada mientras enroscaba el dedo índice en uno de sus tímidos rizos.

De repente notó que le faltaba el aire y sintió como un péndulo estiraba de la boca de su estómago hacia sus pies.  No sabía cómo empezar. Él estaba enfrente de ella, pidiéndole perdón, y ella, había decidido marcharse a USA. Ya había presentado su carta de dimisión. No era buena dando explicaciones. Odiaba compartir sus decisiones, sus inquietudes. Se sentía segura controlando su mundo. No iba a contárselo contárselo a nadie, no necesitaba segundas opiniones, pero Lucas debía saberlo. 

  Lucas fuera de bromas. Me marcho a USA. Esta mañana te he recomendado para ocupar el puesto de Director científico. A las 15.00 he cursado el traslado de mi dimisión a Recursos Humanos-

- ¿Qué?, ¿Te marchas? ¿A dónde?  - Lucas se apartó de ella y se reclinó en el sillón esperando una respuesta.

En menos de una hora y tres cervezas, Vega le puso al día de la oferta que había recibido. Lucas permaneció callado todo el tiempo. Con sus manos bajo de la mesa, se dedicó a pellizcar su pantalón durante todo el monólogo de Vega. La miraba atentamente y aunque, parecía escuchar, se limitó a imaginar su futuro.

 “Director Científico” pensó. De fondo, y acompañados por una canción de Los Secretos, la voz de Vega, USA, Ben Millar, Los Ángeles y la fundación NAE.

-   Lucas. Te echare de menos - dijo por último, esperando su respuesta.

No sabía por qué pero, en ese instante, Lucas se dio cuenta que no quería que ella se marchara. No quería su puesto, la quería a ella.

-Vega, solo te lo diré una vez. No te vayas. Sé que es una buena oportunidad, pero aquí lo tienes todo. El proyecto va viento en popa, aquí tienes a los tuyos y….
-¿Y?
- No quiero que te marches. No soy muy dado a relaciones serias, pero sabes que te necesito, en realidad – Lucas dudo un instante - …te quiero.

La noche terminó en casa de Lucas. Él estaba dormido, Vega se levantó muy despacio para no despertarle. Bajó las escaleras de madera y, a su paso, fue recogiendo sus zapatos, el pantalón y la ropa interior. Al llegar al salón no recordaba donde se había quitado la camiseta. Fue andando a oscuras, hasta que consiguió verla en uno de los taburetes de la cocina. Se la puso. Cogió su bolso, tirado en el suelo de la puerta de entrada y, sin hacer ruido alguno, cerró la puerta. En el ascensor recordó la conversación de La Balada 

“¿Por qué no respondí? ¡Mierda!” Sus pensamientos iban a mil por hora mientras rebuscaba en su bolso las llaves del coche. Entendió de inmediato que no le quería. No lo suficiente.

Al salir del portal, encendió un cigarro, y absorta en sus pensamientos comenzó andar hacia coche. Caminaba lentamente, mirando al suelo. Sabía que no iba a cambiar de opinión, en un par de meses cogería un avión a Los Ángeles, y no iba a empezar algo que ya había terminado. Le dio al botón de la llave y, antes de entrar, la mano de Lucas le impidió abrir la puerta.

-¿Ahora te marchas sin despedirte? Dijo Lucas en un tono nada propio de él.
- No Lucas. Estabas dormido y no quería despertarte. Tengo que ir al laboratorio, ¿recuerdas? Mis muestras limpias me esperan.- Intentó quitarle hierro al asunto, dándole un beso en la mejilla, pero su respuesta se escuchó forzada. La situación era realmente incomoda.
- ¡Me importan una mierda tus muestras Vega!- Le grito agarrándole los brazos y apoyando su espalda contra el coche-. ¿Vas a marcharte?
- Si. Ya te he dicho que tengo que ir al laboratorio. Hablamos mañana.
- No quiero hablar mañana. Quiero que me digas si vas a marcharte a Los Ángeles. ¿Has pensado sobre lo que te dije?
- Lucas, yo…. No tengo nada que pensar. Tome una decisión y la mantengo. No ha cambiado nada. Esto no es fácil. ¿Qué esperas que te diga?
- Nada Vega. Ya lo has dicho todo.- Lucas se apartó del coche, levantando la camiseta desbocada hasta su cara, y se alejó lo más rápido que pudo.

Al entrar en el laboratorio revisó la pizarra. No había ninguna anotación de Berta. Se dirigió al archivo de historiales y extrajo la carpeta del sujeto A0045B. Estaba vacía.