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Capítulo 8

Es casualidad, pensaba sin emoción su mente fría y calculadora. Pero la prueba estaba ahí. “¡Ha presionado la palanca!”

“Estudiemos la casualidad”, se dijo mientras cogía su cuaderno de notas:


0402AKI1102: Muerto en proceso.
0402AKI1112: Despierta, no se levanta. Muerte.
0402AKI1101: Despierta, no se levanta. Vivo.
0402AKI1109: Muerte en proceso.
0402AKI1117: Muerto, no despierta.
0402AKI1121: Despierta, no se levanta. Muerte.
0402AKI1417: Despierta, no se levanta. Vivo.
0402AKI1122: Muerto, no despierta.
0402AKI1225: Muerte en proceso.
0402AKI1177: El sensor indica movimiento a las 2:13h. Voy a ver las cámaras, pensó mientras caminaba hacía la sala de video.


Introdujo la clave: 0402AKI1177,  y movió la ruleta hasta las 2:00h.

“¡Aquí está!. Inerte. A las 02:13:15 se movió. Estaba intentado despertar.


El siguiente movimiento es a las 02:59:21. Movió solo la cabeza.

Tres minutos después se durmió.  Hasta aquí similar al 0402AKI1101.

Volvió a moverse a las  06:19:17 y girándose sobre sí mismo. Se volvió a dormir. Despertó a las 07:53:49. ¡Se levantó y caminó  hacía la luz!

A las 07:54:36  ¡Accionó el pulsador!

Es el primero que lograba levantarse. El primero que andaba y además y pulsó directamente la palanca. ¿Podría ser casualidad? ¿Fue hacia la luz y de camino la tocó  accidentalmente? ¿O habrá logrado realmente conectar?

Llevaban muchos años de investigación. Habían logrado reactivar neuronas aparentemente desactivadas mediante estimulación eléctrica. Unos pequeños electrodos conectados en distintas partes del cerebro hacían de interruptor neuronal.

El siguiente proceso fue posicionar dichos electrodos en localizaciones estratégicas y evaluar resultados: en la mayoría de los casos el sujeto moría. Una alteración de la señal eléctrica,  en ocasiones, provocaba que la orden dictada por el cerebro a dicho estímulo no fuera la apropiada, con la consecuente disfunción nerviosa y orgánica. En otras ocasiones los resultados eran sorprendentes.

En uno de los ensayos, conectaron varios electrodos en partes concretas del hipocampo, exactamente en las C1 y C3. Al activar la corriente, se estimularon las conexiones sinápticas que crean la red neuronal y dan acceso a la memoria.

Posteriormente, en colaboración con IBM, desarrollaron un microchip que implantado en la quinta capa de la neocorteza del hipocampo, conseguía similar efecto y almacenaba la secuencia eléctrica necesaria para activar los recuerdos.


¿Cómo interpretar la información obtenida? El chip guardaba la secuencia neuronal de las señales eléctricas, pero estas carecían de valor si el propio cerebro no las reconocía. ¿Cómo descodificarlas?

“Pero, ¿y si este chip con información almacenada lo implantáramos en otro sujeto?”

Absorto en sus pensamientos no se percató que alguien entraba en el laboratorio.

- Buenos días Ben.
- ¡Ehh!, buenos días profesor - dijo Ben sobresaltado.
- ¿Te ocurre algo? - le preguntó intrigado el profesor.

- No, nada, no le he oído entrar y me he asustado.

- Menos mal que no era un ladrón. – dijo divertido el profesor. - ¿Tenemos algo nuevo hoy? ¿Has resucitado a alguien?

Ben pensó en la respuesta. No tenía nada. Probablemente era suerte. Había logrado despertar a uno y que este pulsara la palanca, pero ahora el sujeto permanecía de nuevo inerte. No estaba muerto, pero no sabía si volvería a levantarse.


Además, no sabía el motivo, pero algo en su interior le decía que mantuviera la boca cerrada. Al menos por el momento.

  - No profesor. Ninguna novedad - dijo sin mirarle a los ojos.

Como todos los días, el profesor Lin se quitó el abrigo y lo colgó cuidadosamente en la percha de su taquilla. Un abrigo de pana marrón, tan gastada por delante que parecía lisa, con unos enormes bolsillos curvados por el uso y botones color hueso. Cada poco se descolgaba alguno, dejando al descubierto unos largos hilos que esperaban ver una aguja. Vertió café del calentador en la inmensa taza roja que usaba todas las mañanas y, dando un pequeño sorbo, encendió el portátil.

- Acabo de recibir un email de la Universidad de Shangai, - comentó - el décimo congreso de la fundación NAE se hará allí. En Septiembre. Serán seis días, donde podremos comprobar y contrastar todas nuestras investigaciones. Me envían dos invitaciones… Una de ellas es para ti.
  
- ¿Cómo? – dijo incrédulo Ben.
- Si, quieren que vayas al congreso. No solo como invitado, sino serás parte de las ponencias.
- Pero doctor - dijo sorprendido Ben – no debo ser yo, este proyecto nació con usted y usted es el que tiene que exponerlo.
- Es cierto, yo lo comencé - dijo el profesor tranquilamente - pero tú eres el alma del proyecto; el objetivo inicial era mío y yo tengo la técnica, la experiencia y la constancia, pero tú has transformado ese objetivo en un proyecto diferente, abrumador y enormemente ambicioso. Tú tienes la intuición necesaria. La chispa del genio. Sin ella seguiríamos en mismo bucle. Yo iba a San Francisco. Tú, seguro que llegarás a Vladivostok. Hace tiempo que hemos cambiado los papeles aunque tú ni te hayas dado cuenta. He pasado de ser tu profesor a un cautivado alumno. Y aunque quizá no lo logres entender me siento muy orgulloso de ello. E ilusionado. Vamos…vas a hacer historia.
- Profesor, sin usted no soy nada  - dijo emocionado Ben - Además de ser el mejor maestro del mundo, ha sido mi guía, mi refugio y mi ejemplo. Hace pocos años yo era un delincuente, un despojo humano. ¡Recuérdelo!
- Ben - dijo el profesor con ternura – Me emociona ver en que te has convertido, un científico brillante y lo que es más importante, en una buena persona. Y ello debo añadirlo a mi propio currículo, no profesional, sino personal. Y lo ocnfieso: nunca me había ocurrido algo así.
- Realmente no tengo a nadie más – Ben suspiraba -  Mi padre, es decir, mi verdadero padre… murió, creo que ya lo sabe. Era un mal bicho. Mis recuerdos antes del… digamos suceso… vienen todos teñidos de violencia. Una violencia cruel. Chillidos de mi madre tras golpes casi a diario, crueles palizas a mi hermano y casi siempre por mi causa… Conmigo se especializó en puntapiés y patadas y cuando Johnny o mi madre intentaban defenderme… todo se convertía en un infierno. Nunca sonreía y su mirada era directamente insultante y despreciativa. Me hacía sentir un gusano. Solo Johnny era capaz de consolarme, porque mi madre… mi madre…yo creo que se sintió vencida desde el mismo día de su boda. Ella tenía que haberlo dejado y huir. Por supervivencia. Yo solo tenía seis años y Johnny ocho. Él sí que tuvo cojones. Ya lo creo que los tuvo… ¡Me salvó la vida! Pero no pudo evitar la muerte de mi madre… Y yo la jodí con él.
- Ben, por favor, - dijo preocupado el profesor – todo esto es parte del pasado. No es posible bañarse dos veces en las aguas de un mismo río. Es una película que ya han quitado de la cartelera.

- Usted sabe como yo, que no es posible, que no podemos olvidar algo grabado en el cerebro, Lo intento todos los días, pero la maldita clave lo vuelve a recuperar.
- Si no puedes olvidarlo, haz caso a los psiquiatras y a los psicólogos, porque todos coinciden en lo mismo: hay que vivir con ello porque, aunque no se pueda borrar de la memoria, el dolor que puedas sentir está causado por algo sin sentido en el hoy y ahora que ya no existe físicamente y sin posibilidad de retorno. Hay que tomarlo como parte de uno como otras cosas propias. Si uno es bajito, como yo, pues hay que vivir con ello. Todos deseamos que partes de nuestra condiciones o de  nuestras vivencias fueran distintas, pero ese el mundo de los deseos no el de las realidades. La realidad es que te estás convirtiendo en un gran científico, que te diviertes con lo que haces catorce horas al día y que te queda el resto de una larga vida para ayudarte a ti y a toda la humanidad, porque hijo mío, lo que tú tienes es un don privilegiado y ningún fantasma tiene los suficientes bemoles para ahuyentarte de lo que tú mismo sabes que es tu obligación a la vez que vocación.
- Se equivoca en la no posibilidad de retorno, doctor – dijo serio Ben - mi hermano está vivo y sé que tarde o temprano me encontrará.