Traducir

Capítulo 5


Se despertó tranquilo, relajado, con la sensación de haber dormido profundamente. No obstante aún incomodaba su mente ese pesado sueño. Había en él una chica. Vio también un tatuaje de la Ruta 66 en un brazo masculino y un foco de luz que iluminaba un pasillo. Intentó bucear más en la visión pero ya se había desvanecido. “Cinco minutos más y me levanto”, pensó. En un acto reflejo buscó con la mirada su móvil para cancelar la alarma pero todo estaba oscuro. Deslizó perezosamente la mano sobre la cama buscando la esquina de la mesita de noche pero no la encontró. Estiró un poco más y comprobó que no sentía el tacto de las sábanas. 

Se quedó horrorizado. Había ordenado a su brazo que buscara su móvil y lo había visualizado interiormente, imaginando cómo su  mano trataba de encontrar en la oscuridad la mesita, con tiento para no tirar el vaso de agua que dejaba sobre ella todas las noches, pero esto solo había ocurrido en su cabeza, su brazo había permanecido ajeno a la orden.
 

Lo recordó todo, estaba en un hospital y por alguna razón no podía mover su cuerpo. “Debo tener la columna vertebral seccionada, pensó aterrado. Habían dos hombres y una mujer con bata blanca.”

 La imagen de la palabra “HIELO” escrito en aquella hoja negra apareció en su mente y de inmediato se llenó de imágenes y sordos sonidos, apareciendo y se desvaneciéndose en rápidos destellos con la misma rapidez sin darle oportunidad alguna de concentrar su atención en ninguno. Lo asoció a un caleidoscopio.

  - “Cálmate”, se dijo. “Tú sabes controlar estas situaciones.”
 

Poco a poco, y a golpes, el torrente de información comenzó a ordenarse a medida que se concentraba en mantener la calma, repitiendo: “respira profundo y suelta despacio”. Sabía que lograría tranquilizarse.


Parecían viñetas de un comic. Emergió al instante la imagen del lago helado, lo tenía almacenado en memoria reciente, podía capturarlo. Paralizó la imagen y observó el precioso paisaje. Las montañas nevadas invertidas en el hielo.



El siguiente fotograma lo mostraba a sí mismo patinando. Llevaba vaqueros, un forro polar rojo y un gorro Nike negro. Las botas también eran negras, unas Risport, compradas en Internet por setenta y nueve euros. Las cuchillas eran Paramount. De los seis colores distintos de la oferta eligió el blanco para que resaltara bajo el negro de sus botas. Se sintió eufórico. La luz entraba como un rayo en su memoria y a gran velocidad. Se sentía amaneciendo.



El recuerdo de las botas destapó otro aluvión de imágenes, pero se obligó a ordenarlas. Era como tirar de un hilo sin fin. En cada tirón las imágenes se atropellaban, empujándose unas a otras y se dispersaban de inmediato. No lograba ni situarlas ni retenerlas. “Respira profundo y suelta despacio”, reiteróse, pero no conseguía calmarse.



Apareció su despacho y se vio sentado frente a su portátil Dell. Comparaba los distintos modelos de botas.  Deslizó la silla mentalmente separándola de la mesa de estudio para ver la habitación. Paredes blancas, mesa de chapa gris, estanterías de color caoba montadas recientemente. Sí. Las compró por ochenta euros en el almacén de los suecos esos. ¿Cómo se llamaban...? No lo recordaba. Dos cuadros colocados en paralelo al lado de la estantería: a la izquierda, un enorme elefante inmóvil en mitad de un camino donde una hilera de todo terreno esperaban pacientemente a que el paquidermo pasara. A la derecha, dos cebras cruzadas entre sí observando bajo sus enormes pestañas la infinita sabana.  Siempre le habían apasionado las cebras. Supo que esa posición la tomaban para protegerse, pastando en familias, constantemente asediadas por los felinos y cruzándose para vigilar y no dejar ningún ángulo muerto. Recordó haber leído que su máximo enemigo era el león. Su curioso pelaje les servía para confundir el campo visual de sus depredadores que detectaban un enorme conjunto de rayas impidiéndoles centrar su objetivo. En África acompañaban en grandes manadas a los ñus dando la espalda a las agostadas praderas del Serengueti en busca de nuevos pastos en el Masai Mara. Eran compañeros de viaje que se necesitaban mutuamente. Las cebras tienen más desarrollado el sentido de la vista, sobre todo por la noche, siempre vigilantes, mientras que los ñus se encargan de mantener el  rumbo, como un GPS animal. ¡Claro! ¡Estuve este verano en África!, recordó lleno de excitación. “En Mayo, el rojo es el color dominante”. No era una afirmación sino la descripción de una sensación.


La enorme sabana con muchos puntos negros, manadas y manadas de ñus y cebras caminando juntos. ¡Sara!  Su imagen llenó por completo su pensamiento. “Sara vino conmigo”, ¿Cómo no la había recordado antes?


“Sara. Sara. Mi amor…”



Quedó abrumado por una enorme sensación de angustia que le hizo volver a la realidad. Estaba en una camilla, a oscuras, no podía mover su cuerpo, sin saber que le había pasado. Pensó en gritar el nombre de Sara pero no lo hizo. Había logrado recordar muchas cosas, volvió a relajarse y ahondar más en su memoria.



“Estaba patinando sobre hielo con mis botas nuevas, y oí que Sara me gritaba:



-         Marc, ¡está  a punto de romperse!



-         ¿Qué?



-         ¡El Hielo! ¡Se está resquebrajando!



-         Vale, ya voy.



Un ruido sordo crujió bajos sus botas, y sintió de inmediato como todo su cuerpo se empapaba de agua helada. Manoteó desesperadamente e intentó agarrarse a algún trozo de hielo,  pero sus brazos solo notaban, adormecidos por el frío, las gélidas agujas que atravesaban todos sus músculos y la humedad lacerante que envolvía su cuerpo. Abrió los ojos pero no vio nada. Estaba a oscuras. Se impulsó dentro del agua pero sus movimientos eran torpes y lentos, apenas los sentía, se estaba quedando sin aire. Hizo un giro sobre si mismo y distinguió un resplandor circular. Estaba lejos. Debía ser el agujero por el que había entrado, pensó desesperado. “Tengo que llegar, no puedo morir aquí. Vaya estupidez”. Trató de tomar impulso pero casi no se movía, el forro polar lleno de agua pesaba demasiado, arrastrándolo y notaba como la luz cada vez se hacía más pequeña. - ¡Me estoy hundiendo! - pensó presa del pánico. Haciendo acopio de todas sus fuerzas comenzó a bracear y a mover los pies, estos reaccionaron perezosos a sus impulsos avanzando muy poco a poco. - ¡No te des por vencido Marc! ¡Tienes que salir!- Estaba agotado y apenas sentía las extremidades; el pequeño avance realizado se desvanecía cuando paraba. Volvía a descender y apenas le quedaba ya aire.
Como pudo se quitó el polar notándose más ligero pero sus reacciones eran cada vez era más lentas, hipotecando sus movimientos. Ya no aguantaba más la respiración y comenzó a tragar agua. Se estaba dando por vencido. Ya no sentía frío. Todo se iba apagando poco a poco y una sensación de paz le invadía. No quería luchar más, notaba como el agua entraba lentamente en su cuerpo y enfriaba sus pulmones.
- ¡Una vez más Marc!- se dijo, - ¡solo una vez más! - Cerró los ojos para reunir toda la fuerza posible y se lanzó hacía la luz, sus brazos apenas se movían pero las piernas aún respondían levemente. Algo golpeó su cabeza. Era el hielo. Estaba arriba. Podía ver la luz muy cerca de él pero estaba agotado, sin fuerza y sin aire. No podría llegar. Vio una mano que chapoteaba en el agua, ¡Era Sara!  ¡Tengo que llegar hasta ella! Arrancó un último esfuerzo pensando en ella. Ordenó con todas sus fuerzas a su cerebro que levantara el brazo para agarrarse a aquella mano que se movía desesperada delante de él.



Y movió el brazo. Le sorprendió a sí mismo que, recordando aquel suceso, había logrado mover el brazo derecho, lo sentía pero percibía que estaba sujeto, atado a la camilla.



Lo volvió a intentar con ambos brazos, y aunque las muñecas estaban sometidas a lo que suponía eran unas correas, estaba seguro que sus miembros se agitaban intentando zafarse. Una sensación desconcertante de euforia le invadió. ¡Puedo moverme! pensó.


“Debo intentarlo con las piernas”, - No estaba seguro de sentirlas o si también estaban inmovilizadas.



Recordó entre brumas que cuando lo sacaron a la superficie estaba casi congelado y no veía nada. Sintió que le quitaron la ropa mojada y le abrigaron. Escuchaba muchas voces. Entre ellas la de Sara que lloraba y gritaba. Lo último que oyó fue un desgarrador: ¡Por favor, llamar a una ambulancia!



Su treinta y tres cumpleaños lo pasó en el hospital de Zamora respirando oxígeno caliente y leyendo la historia del Lago de Sanabria.



La leyenda cuenta que el lugar que hoy está ocupado por el lago fue, hace mucho tiempo, un valle en cuyo lecho se asentaba un próspero pueblo de campesinos, llamado Valverde de Lucerna. Hasta allí llegó una noche oscura y fría un peregrino hambriento y cansado. Comenzó a llamar a todas las puertas solicitando cobijo, un poco de pan y un rincón junto al fuego donde dormir y calentarse. Los habitantes de Valverde de Lucerna iban negándole uno a uno  a darle hospitalidad y cobijo, temerosos de poner en peligro sus bienes o contaminándose por la pobreza del mendigo.  Así fue sucediendo casa por casa, hasta que el peregrino llegó  a una pequeña casita de madera,  habitada por una pobre familia de panaderos. Le abrieron su casa, ofreciéndole morada y pan recién cocido.



 El peregrino les agradeció enormemente su gran gesto de hospitalidad y compasión y les confesó que no era ningún mendigo, sino Jesucristo en persona, que había llegado hasta Valverde para probar la compasión de sus ricos habitantes. Tal había sido la decepción al comprobar el enorme egoísmo que habitaba en sus corazones que había decidido castigarles, para ejemplo de todos los que en el mundo, tuvieran aquel pecado.



 Tomando entonces su bastón peregrino, lo hincó en el suelo al tiempo que recitaba: Aquí clavo mi bordón, aquí nazca un Gallardón. Advirtió a los miembros de la familia compasiva que huyeran, porque serían los únicos que se salvarían del desastre que él mismo provocaría.



 Los panaderos huyeron con todas sus pertenecías y desde lo lejos pudieron divisar cómo surgía del fondo de la tierra un terrible torbellino de agua y cómo engrosó milagrosamente el agua de los ríos, hasta convertir el valle en un lago que dejó hundido bajo sus aguas el pueblo entero de Valverde de Lucerna.



 Dicen los habitantes actuales de allí (descendientes legendarios de la única familia bondadosa que se salvó) que en la noche de San Juan, cuando todo está en silencio, puede escucharse emergiendo del fondo de las aguas el tañido de las campanas de la iglesia del pueblo hundido y los gritos desesperados de las gentes que sin remedio se ahogaron, recuerdan con aquel sonido el pecado que los hizo desaparecer.



“Que curiosa historia”, se dijo.



¡Es impresionante!,  reprodujo mentalmente Marc cautivado por sus propios pensamientos. Cada imagen, cada recuerdo que iba aflorando en su memoria, parecía estar entrelazado con otros muchos, como una infinita tela de araña que interconecta todos sus hilos. Si tocaba alguno de ellos, aparecía un nuevo recuerdo que se rellenaba de su propia historia, y éste, a su vez, iluminaba otro tanto, con sus nuevos protagonistas, elementos, sensaciones, olores y colores, algo que parecía realmente mágico. Sentía que había un sin fin de recuerdos en su cerebro esperando a ser activados y para ello debía ir accediendo a través de otros.



Un hilo de luz brotó a lo lejos, oyó una tenues pisadas humanas, no sabía si venían hacía él o se estaban alejando.



- ¡Sara!, gritó  ¡Sara! ¿eres tú?