Traducir

Capítulo 2


Ben siempre fue un niño raro. En su infancia tuvo muchas dificultades en la escuela primaria. Sin duda, era el peor alumno de la clase. Un temperamento agresivo unido a una total falta de escrúpulos le convertía en el chico más odiado y temido de la escuela, tanto por los profesores como por los alumnos. No tenía amigos, y en cuanto apenas lograba el inicio de una pequeña amistad la perdía en uno de sus incontrolados ataques de cólera, o con bromas que solo parecían hacerle gracia a él.

Aún se recuerda en el colegio cuando a la pobre Alice Berg, su profesora de Geografía, le entregó aquél periódico con la necrológica de su padre, donde rezaba que había muerto ese mismo día. Su padre, el también profesor Costantín Berg, vivía en Williams, una pequeña  y acogedora ciudad ubicada en el condado de Coconino en el estado de Arizona, donde se fue tras jubilarse, a disfrutar de la vida con su esposa y de su hobby preferido, la Harley Davidsson.

-  Señorita Alice, - le espetó Ben al entrar en clase -  ¿Ha leído la necrológica del Times? Aparece un señor que se llama como su padre, ¡es curioso, vive en el mismo sitio!

- ¿Qué?, - exhaló con un hilo de voz la señorita Alice - ¿Como dices?

-  Si,  – dijo Ben – mire, está el primero.

Cuando la Srta. Alice vio en nombre de su padre en aquella esquela comenzó a temblar. Su cara desencajada miraba con incredulidad a Ben.

-  Mi padre, mi padre... – balbuceaba.

Se levantó tambaleante con el periódico en la mano y corrió  hacía secretaría. En el trayecto se dio de bruces con el director, el Sr. Edisson, quien le preguntó sorprendido:

- ¿Qué te ocurre Alice? ¿Qué ha pasado?

- ¡Mi padre! Mi padre – jadeaba Alice sin parar de correr -  ¡Mi padre ha muerto!

El Sr. Edisson la siguió. Aunque muy bien conservado, sus sesenta y tres años y una ligera artrosis no le permitían ir tan rápido como ella. La alcanzó en la propia secretaría.

-¿Pero como ha pasado? – le dijo el Sr. Edisson.

-  No lo sé – dijo la Srta. Alice – ¡Lo publica el periódico!

- ¿El periódico?

-  Me lo ha dado Ben, – seguía suspirando la Srta. Alice -  ¡Necesito un teléfono!

Vayamos a mi despacho y llamemos tranquilamente - le dijo el Sr. Edisson

Volvieron a salir de la secretaría en medio del revuelo formado por los demás compañeros que en este momento asistían a una reunión del claustro de profesores.

- ¿Que ha ocurrido? – gritaba el profesor Michael Surligans.

- No lo sé,  - dijo el Sr. Edisson – A Alice le han entregado un periódico con…

No se atrevió a decir nada más entrando en su despacho, dirigiéndose al teléfono.

- Sino te importa,  – comentó el Sr. Edisson -  deja que llame yo.


- Bien…, - sollozó la Srta. Alice –  541… 2, ¡ no me acuerdo!
- Con calma, logra tranquilizarte. ¡Toma! – dijo el Sr. Edisson -  ¡Escribe el número en esta hoja.

- 5413…21755-  canturreaba Alice mientras escribía.

-  Bien, ya da señal.

Aquella espera, a Alice le pareció una eternidad. Pasaron por su cabeza un montón de recuerdos. Pensaba en su padre, sentado en la hamaca de loneta, situada junto a la puerta de casa, bajo el porche, con su chaqueta de lana marrón, el vaso de agua en la mesita auxiliar y enfrascado en la lectura de aquel libro que ella creía interminable, ¿Cómo podía disfrutar tanto de la lectura? Lo recordaba con esa leve y permanente sonrisa de satisfacción. Por fin el descanso y  paz, después de toda una vida de trabajo. Se lo había merecido tras toda una vida trabajando para que no les  faltara nada. Nunca se quejó. Ahora iba a dedicar su tiempo a sus tres mayores pasiones, sus chicas, como nos llamaba a su esposa y a Alice, sus libros y la Harley Davidsson.

Casi se había olvidado del teléfono. Quería tanto a su padre que el solo hecho de pensar en su falta le hacía temblar de miedo. Centró la atención en el Sr. Edisson, que permanecía a la espera mirando más allá de las paredes con el aparato pegado a la oreja. Por un lado quería que contestaran y por otro deseaba que el teléfono siguiera dando ese tono intermitente de llamada, mientras duraba. No quería creer  que su padre hubiera muerto, necesitaba oírlo. Que se lo dijera su madre.

- Hola  -contestó una voz- Hola, ¿quién es

- Toma Alice – Dijo el Sr. Edisson - creo que es tu madre.

- ¡Mamá!

-  Hola Cariño -  dijo la Sra. Agnes

- ¡Mamá! ¡Mamá! – Gritaba Alice - ¿Qué le ha pasado a Papa?

-  Nada cariño, papá está ahí fuera, en el porche, leyendo.

Presa de la emoción, Alice comenzó a llorar con histeria, y sus ojos, fluyendo un manantial de lágrimas que rodaban por la piel púrpura de sus mejillas, anegaban una cara desencajada que había roto totalmente su compostura. Dejó caer el teléfono al suelo.

El Sr. Edisson lo recogió a la vez que intentaba encajar el auricular despegado tras el impacto

- ¿Qué pasa Alice? - gritó la Sra. Agnes.

-  Sra. Agnes – dijo el Sr. Edisson, intentando controlar la voz trémula por la emoción.

- Sra. Agnes, su hija está bien, soy Bob Edisson. Alice está aquí conmigo y no ocurre nada… todo ha sido un malentendido.

La señorita Alice estuvo un mes de baja. Ese mismo día, y desoyendo las protestas tanto del mismo Sr. Edisson como de sus compañeros de trabajo, salió del colegio, cogió su viejo Ford Mustang regalo de su padre en su ya no muy próxima graduación y recorrió prácticamente de un tirón la  seiscientas veintitrés millas que la separaban de Williams.

Ben consiguió lo que esperaba, que se suspendiera el examen. 

Este hecho cambió la vida de Ben, expulsado definitivamente del colegio, su madrasta Anne, decidió hacer un último intento. Convenció a su marido, Louis Rommell, para que lo internaran. Era su última oportunidad. ¿Que más podía hacer? Lamentó en lo más profundo la decisión de adoptar a los dos niños poco después de casarse, sabiendo de su esterilidad. Desde entonces la vida en común había sido un auténtico calvario.