Traducir

Capítulo 14



La ausencia de luna y la neblina facilitaba a Johnny fundir su silueta en las sombras. Tres metros de liso muro y un alambre de espinos eran la última dificultad que le separaba de la libertad. Desde que entró lo tenía decidido. Y solo, sin Ben. Su hermano sabría adaptarse, no sin dificultades, a las reglas y disciplinas de la casa. Tras el preceptivo período de doma y castigo, su afabilidad le daría opciones para ser adoptado. Además, su extraordinaria inteligencia sería la llave maestra que le permitiría abrir las incógnitas de un futuro desconocido. Pero sin él. Había cuidado de Ben desde que tenía uso de razón. No entendía ese sentimiento pero algo le había obligado a protegerlo de la hostilidad permanente en la que vivían desde que tuvo conciencia de su existencia. Nunca olvidaría los llantos de su hermano, casi bebé, mirándolo con ojos suplicantes, tras haber sido golpeado por su padre. Tuvieron que enyesarle su bracito izquierdo después de aquello. En numerosas ocasiones había siso él mismo el que se había interpuesto a nuevos ataques de ira de aquella bestia contra el pequeño, sufriendo las consecuencias directas de su actitud quijotesca. También lo había acunado y abrazado cuando era su madre el objetivo, tapándole incluso los oídos, para evitar que escuchara sus gritos y las obscenas imprecaciones del etílico marido. Habían breves períodos de relativa paz, cuando su padre desaparecía, bien voluntariamente o bien porque pasaba algunos meses de retiro carcelario, dictado por el juez. Pero sus regresos eran terribles.



 No obstante, los dos hermanos, quizás unidos por el miedo y por el espíritu de supervivencia, habían creado un lazo afectivo mutuo que iba mucho más allá del fraternal. Tenían caracteres distintos pero complementarios. Las carencias de aptitudes físicas de Ben eran suplidas por los rápidos reflejos y elasticidad muscular de Johnny. Ambos coincidían en rapidez mental pero Ben llegaba más lejos en conceptos y composiciones abstractas que obligaban a Johnny a terminar muchas conversaciones haciéndose preguntas. En la etapa infantil y a pesar de su entorno familiar, aprovechaban con suficiencia las enseñanzas de la escuela de Woodfield, obteniendo buenas calificaciones, aunque las de Ben eran más altas. Fue en la preadolescencia de Johnny cuando las cosas se complicaron. Mientras el carácter de Ben le ayudaba a sobrevivir en la jungla escolar, la agresividad y desconfianza de Johnny frente a todo y a todos fue despertando, traduciéndose en peleas con los compañeros, llamadas del director a sus padres y las consiguientes palizas hogareñas, y que de vez en cuando alcanzaban a Ben, para que aprendiera. Su madre, borrada en presencia del padre, solo alcanzaba a consolarlos cuando este estaba ausente y recordaba su rostro tintado de tristeza, de amargura. Solo recordaba a su madre gimiendo, con los ojos entornados cuando no mirando al suelo. No podía decir que algún día la vio reír. Ni siquiera sonreír. Su vecina, la señora Spencer, la madre de Abigail, suplió con creces las ausencias tanto anímicas como físicas de Madeleine Stone. Fue la época de los servicios sociales, los psicólogos, incluso los psiquiatras. Pero ambos hermanos se confortaban mutuamente. La mera compañía con el otro, incluso en silencio, era la mejor terapia que podían recibir. Llegaron a entenderse con la mirada. Se hablaban con gestos imperceptibles y llegaron a pensar que se comunicaban telepáticamente. Se querían y mucho. Johnny asumió que los dos años que le separaban de Ben le obligaban a cuidarlo, obligación no gravosa sino gustosamente aceptada, fijándose como objetivo su bienestar dentro de las circunstancias que les tocaban vivir. Y así había sido hasta el momento en que le salvó la vida de manos de la bestia, sin dudar ni un segundo en acabar, por fin, con el causante de todos sus males y que, minutos antes del suceso, había segado la vida de su madre.



Pero ahora ya no. Debía dejar solo a Ben. Sabía que su cercanía le causaría problemas y mayores males. No era una compañía recomendable y Ben podía y debía fabricar su propia vida. Él se las apañaría para vivir la suya y que intuía no iba a ser ni fácil ni ortodoxa. Johnny tenía la habilidad de prever causa y efecto aún antes de producirse la primera. No se equivocaba nunca. Y sabía que si continuaba con Ben, éste sufriría grandes desventuras. Ben era un buen chico, listo y cariñoso, que lo había pasado muy mal y se merecía una oportunidad que a buen seguro aprovecharía.





Lanzó el garfio por encima del muro, que había fabricado manualmente con las patas de un pupitre del almacén, al que le seguía, atada al mismo,  una cuerda. Un pequeño ruido metálico sonó al otro lado y quedó en tenso silencio esperando algún sonido o movimiento extraño. Tras asegurarse de que nadie lo había oído jaló el cable hasta encontrar resistencia. Lo tensó y comprobó que resistía. Como un ágil gato negro en plena oscuridad trepó a lo alto y se tendió cuan largo era sobre el paredón, sintiendo  a través de la ropa las puntas de la alambrada sobre su pecho y piernas, recorriendo con la mirada el derredor visible y calculando con rapidez las distancias de las luces que divisaba. Creyó notar algún movimiento a lo lejos aunque no podía distinguir muy bien ya que formas oscuras se interponían a su campo de visión. Como siempre hacía cerró los ojos durante algunos segundos. Detuvo la respiración y su pulso bajó de inmediato. Todo su cuerpo era un radar. Si había algún elemento peligroso cerca lo sabría de inmediato. Recurría a su habilidad innata, practicada y mejorada en muchas ocasiones, y la explotaba una vez más. Presintió a alguien en sentido opuesto a la puerta de entrada y no demasiado lejos, cerca del muro. Lo percibía en la parte trasera de su cabeza, no en el cogote sino justo encima del cuello y en la punta de las orejas. Era como una pequeña corriente eléctrica. Se dio cuenta de que estaba en posición contraria de donde creía había alguien, haciendo equilibrios sobre la pared que sentía bajo su brazo y cadera. La sensación de presencia aumentó y fue confirmada por los sonidos de unas pisadas que se iban acercando. “Son dos”, pensó. “Serán dos guardias rondando y deben de haber más, dado el perímetro del muro”. En décimas de segundo calculó la situación y cómo afrontar la situación que en breve se le abrirían. A favor, el factor sorpresa y su preeminente situación a tres metros del suelo. No llevaban perros, lo que era una ventaja. Debía permanecer inmóvil, confiar en que no lo vieran y dejarlos pasar. Claro, que era confiar en unos malos vigilantes, porque si la tarea era custodiar el muro su obligación era su revisión continua de arriba abajo. Dejó de elucubrar sin oportunidad ya para movimiento alguno porque las luces de las linternas de los guardias habían aparecido de repente, saliendo desde la trasera de un enorme seto esférico. Johnny percibió con el rabillo del ojo que la luz iluminaba el camino paralelo a la pared y un par de metros de la misma. Vio con alivio que unos tentáculos de hiedra se alzaban adheridos al muro lo que le daba algo más de cobertura caso de que dirigieran las linternas hacia arriba. Y eso mismo ocurrió en ese momento. Johnny apretó los dientes y notó las frías protuberancias de los cantos rodados de la pared sobre su mejilla. Las luces sobrepasaron el entorno oscuro de la hiedra situada bajo sus pies perdiéndose en el espacio y volvieron a bajar cuando los guardias pasaron por su vertical. Cuando brillaron de nuevo ya fue delante de su cabeza y Johnny dio gracias a su intuición por haberle aconsejado la decisión más acertada. Esperó un tiempo hasta que los pasos y las luces se amortiguaron y calculó que ya habrían llegado a la puerta de entrada. Cabía la posibilidad de que ese fuera su punto de destino y volvieran sobre sus pasos, caso de que controlaran una parte específica de la valla. Johnny no se concedió ningún margen de maniobra adicional. Con la misma destreza felina con la que había subido se deslizó por el paredón, no sin rasgarse una manga y herirse el tobillo derecho, hasta hacer pie en el suelo exterior, cruzando una pequeña vaguada y perdiéndose entre las sombras. Tras sí quedaba el centro correccional de menores… y Ben.