La ausencia de luna y la neblina facilitaba a Johnny
fundir su silueta en las sombras. Tres metros de liso muro y un alambre de
espinos eran la última dificultad que le separaba de la libertad. Desde que
entró lo tenía decidido. Y solo, sin Ben. Su hermano sabría adaptarse, no sin
dificultades, a las reglas y disciplinas de la casa. Tras el preceptivo período
de doma y castigo, su afabilidad le daría opciones para ser adoptado. Además,
su extraordinaria inteligencia sería la llave maestra que le permitiría abrir
las incógnitas de un futuro desconocido. Pero sin él. Había cuidado de Ben
desde que tenía uso de razón. No entendía ese sentimiento pero algo le había obligado
a protegerlo de la hostilidad permanente en la que vivían desde que tuvo
conciencia de su existencia. Nunca olvidaría los llantos de su hermano, casi
bebé, mirándolo con ojos suplicantes, tras haber sido golpeado por su padre.
Tuvieron que enyesarle su bracito izquierdo después de aquello. En numerosas
ocasiones había siso él mismo el que se había interpuesto a nuevos ataques de
ira de aquella bestia contra el pequeño, sufriendo las consecuencias directas
de su actitud quijotesca. También lo había acunado y abrazado cuando era su
madre el objetivo, tapándole incluso los oídos, para evitar que escuchara sus
gritos y las obscenas imprecaciones del etílico marido. Habían breves períodos
de relativa paz, cuando su padre desaparecía, bien voluntariamente o bien
porque pasaba algunos meses de retiro carcelario, dictado por el juez. Pero sus
regresos eran terribles.
No obstante,
los dos hermanos, quizás unidos por el miedo y por el espíritu de
supervivencia, habían creado un lazo afectivo mutuo que iba mucho más allá del
fraternal. Tenían caracteres distintos pero complementarios. Las carencias de
aptitudes físicas de Ben eran suplidas por los rápidos reflejos y elasticidad
muscular de Johnny. Ambos coincidían en rapidez mental pero Ben llegaba más
lejos en conceptos y composiciones abstractas que obligaban a Johnny a terminar
muchas conversaciones haciéndose preguntas. En la etapa infantil y a pesar de
su entorno familiar, aprovechaban con suficiencia las enseñanzas de la escuela
de Woodfield, obteniendo buenas calificaciones, aunque las de Ben eran más
altas. Fue en la preadolescencia de Johnny cuando las cosas se complicaron. Mientras
el carácter de Ben le ayudaba a sobrevivir en la
jungla escolar, la agresividad y desconfianza de Johnny frente a todo y a todos
fue despertando, traduciéndose en peleas con los compañeros, llamadas del
director a sus padres y las consiguientes palizas hogareñas, y que de vez en
cuando alcanzaban a Ben, para que aprendiera. Su madre, borrada en presencia
del padre, solo alcanzaba a consolarlos cuando este estaba ausente y recordaba
su rostro tintado de tristeza, de amargura. Solo recordaba a su madre gimiendo,
con los ojos entornados cuando no mirando al suelo. No podía decir que algún
día la vio reír. Ni siquiera sonreír. Su vecina, la señora Spencer, la madre de
Abigail, suplió con creces las ausencias tanto anímicas como físicas de
Madeleine Stone. Fue la época de los servicios sociales, los psicólogos,
incluso los psiquiatras. Pero ambos hermanos se confortaban mutuamente. La mera
compañía con el otro, incluso en silencio, era la mejor terapia que podían
recibir. Llegaron a entenderse con la mirada. Se hablaban con gestos
imperceptibles y llegaron a pensar que se comunicaban telepáticamente. Se
querían y mucho. Johnny asumió que los dos años que le separaban de Ben le
obligaban a cuidarlo, obligación no gravosa sino gustosamente aceptada,
fijándose como objetivo su bienestar dentro de las circunstancias que les
tocaban vivir. Y así había sido hasta el momento en que le salvó la vida de
manos de la bestia, sin dudar ni un segundo en acabar, por fin, con el causante
de todos sus males y que, minutos antes del suceso, había segado la vida de su
madre.
Pero ahora ya no. Debía dejar solo a Ben. Sabía que su
cercanía le causaría problemas y mayores males. No era una compañía
recomendable y Ben podía y debía fabricar su propia vida. Él se las apañaría
para vivir la suya y que intuía no iba a ser ni fácil ni ortodoxa. Johnny tenía
la habilidad de prever causa y efecto aún antes de producirse la primera. No se
equivocaba nunca. Y sabía que si continuaba con Ben, éste sufriría grandes
desventuras. Ben era un buen chico, listo y cariñoso, que lo había pasado muy
mal y se merecía una oportunidad que a buen seguro aprovecharía.
Lanzó el
garfio por encima del muro, que había fabricado manualmente con las patas de un
pupitre del almacén, al que le seguía, atada al mismo, una cuerda. Un pequeño ruido metálico sonó al
otro lado y quedó en tenso silencio esperando algún sonido o movimiento
extraño. Tras asegurarse de que nadie lo había oído jaló el cable hasta
encontrar resistencia. Lo tensó y comprobó que resistía. Como un ágil gato
negro en plena oscuridad trepó a lo alto y se tendió cuan largo era sobre el
paredón, sintiendo a través de la ropa
las puntas de la alambrada sobre su pecho y piernas, recorriendo con la mirada
el derredor visible y calculando con rapidez las distancias de las luces que
divisaba. Creyó notar algún movimiento a lo lejos aunque no podía distinguir
muy bien ya que formas oscuras se interponían a su campo de visión. Como
siempre hacía cerró los ojos durante algunos segundos. Detuvo la respiración y
su pulso bajó de inmediato. Todo su cuerpo era un radar. Si había algún
elemento peligroso cerca lo sabría de inmediato. Recurría a su habilidad
innata, practicada y mejorada en muchas ocasiones, y la explotaba una vez más.
Presintió a alguien en sentido opuesto a la puerta de entrada y no demasiado
lejos, cerca del muro. Lo percibía en la parte trasera de su cabeza, no en el
cogote sino justo encima del cuello y en la punta de las orejas. Era como una
pequeña corriente eléctrica. Se dio cuenta de que estaba en posición contraria
de donde creía había alguien, haciendo equilibrios sobre la pared que sentía
bajo su brazo y cadera. La sensación de presencia aumentó y fue confirmada por
los sonidos de unas pisadas que se iban acercando. “Son dos”, pensó. “Serán dos
guardias rondando y deben de haber más, dado el perímetro del muro”. En
décimas de segundo calculó la situación y cómo afrontar la situación que en breve
se le abrirían. A favor, el factor sorpresa y su preeminente situación a tres
metros del suelo. No llevaban perros, lo que era una ventaja. Debía permanecer
inmóvil, confiar en que no lo vieran y dejarlos pasar. Claro, que era confiar
en unos malos vigilantes, porque si la tarea era custodiar el muro su
obligación era su revisión continua de arriba abajo. Dejó de elucubrar sin
oportunidad ya para movimiento alguno porque las luces de las linternas de los
guardias habían aparecido de repente, saliendo desde la trasera de un enorme
seto esférico. Johnny percibió con el rabillo del ojo que la luz iluminaba el
camino paralelo a la pared y un par de metros de la misma. Vio con alivio que unos
tentáculos de hiedra se alzaban adheridos al muro lo que le daba algo más de
cobertura caso de que dirigieran las linternas hacia arriba. Y eso mismo ocurrió
en ese momento. Johnny apretó los dientes y notó las frías protuberancias de
los cantos rodados de la pared sobre su mejilla. Las luces sobrepasaron el
entorno oscuro de la hiedra situada bajo sus pies perdiéndose en el espacio y
volvieron a bajar cuando los guardias pasaron por su vertical. Cuando brillaron
de nuevo ya fue delante de su cabeza y Johnny dio gracias a su intuición por
haberle aconsejado la decisión más acertada. Esperó un tiempo hasta que los
pasos y las luces se amortiguaron y calculó que ya habrían llegado a la puerta
de entrada. Cabía la posibilidad de que ese fuera su punto de destino y
volvieran sobre sus pasos, caso de que controlaran una parte específica de la
valla. Johnny no se concedió ningún margen de maniobra adicional. Con la misma
destreza felina con la que había subido se deslizó por el paredón, no sin
rasgarse una manga y herirse el tobillo derecho, hasta hacer pie en el suelo
exterior, cruzando una pequeña vaguada y perdiéndose entre las sombras. Tras sí
quedaba el centro correccional de menores… y Ben.