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Capítulo 13


Siempre era el primero en llegar al laboratorio; también el último en marcharse. Entraba despacio, oteándolo todo. Analizaba cada puesto de trabajo de su equipo, el estado de cada experimento, los controles de temperatura, repasaba los informes del día anterior, corregía anotaciones y empapelaba con post-it las pantallas de los ordenadores. 

Luego se encaminaba a las jaulas de animales, los miraba en silencio, observando cada detalle. Les habían inducido alzhéimer.
 
¡Sigue vivo! - se sorprendió Ben mientras cogía su cuaderno de notas – El 00402AKI1177 sigue vivo!
 Habían pasado tres días desde la operación y parecía estar casi recuperado. Le habían implantado el chip a las 12:27, permaneciendo inmóvil casi catorce horas; a las 2:59 movió un poco la cabeza, pasando seguidamente a estado de letargo tres horas más. Dos horas más tarde  volvió a despertarse y, arrastrando las patas, pulsó la palanca. A partir de ese momento los periodos de actividad se normalizaron. Había comido, dormido y defecado. Aparentemente, su estado rozaba la plena actividad, aunque sus movimientos eran lentos y pesados y con más intervalos de sueño, pero poco a poco iba recobrando vitalidad.

  
¿Cuál es la diferencia? – se dijo absorto en sus pensamientos.


El proceso se había repetido en casi todas las ocasiones. Normalmente el sujeto despertaba después de la cirugía, pero salvo en esta ocasión, todos morían. El chip no lograba mantener las constantes vitales, casi todas las muertes eran fruto de disfunciones corporales, hemorragias cerebrales, insuficiencia respiratorias y paradas cardiacas.

¿Por qué no ha muerto?  Todos los chips eran clones. Tenían el mismo código. Habían implantado un minúsculo chip en el hipocampo de ratones sanos con el fin de recoger la conexión sináptica de su red neuronal. Posteriormente clonaban este chip y lo insertaban en la neocorteza de los ratones inducidos con la enfermedad de Alzhéimer. El objetivo era restablecer las conexiones neuronales, bien activando eléctricamente las dañadas o sustituyendo las mismas por otras sanas. La proteína Beta Amiloide producía cantidades excesivas de un neotrasmisor llamado glutomato, que dañaba las sinapsis entre neuronas y con ello las conexiones. Con este método se busca algo parecido a reinstalar el sistema operativo de un ordenador para poder acceder al disco duro sin perder la información, o bien, acceder a ella desde otro.

Pero Ben quiso ir más allá. En secreto, adiestró a tres ratones sanos, de manera que para adquirir su ración de comida debían pulsar una pequeña palanca. Una vez entrenado, el ratón archivaba en su cerebro ese estímulo. Quería comprobar si al traspasar el microchip a otro cerebro el receptor reaccionaba de la misma manera.

Encendió el ordenador y entró en la base de datos,  comprobando uno por uno las notas de los implantes.

Tecleó el primero de los códigos: 0402AKI1417 y la pantalla le mostró la información.

Sexo: Hembra.  
Especie: Mus Muculus
Edad: 11 meses

Peso 29g:

Tamaño: 14cm.

Día implante: 17 Marzo

Hora implante: 11:21h

Chip: X103

NOTAS: Despierta, no se levanta. Vivo. Muere tras 17 horas. Insuficiencia cardiaca.


Del mismo modo, fue comprobando los informes de los chips implantados tres días antes, todos con el mismo resultado. El animal moría pasadas unas horas.

Al insertar el 0402AKI1177 algo le llamó poderosamente la atención. La pantalla mostraba que el chip implantado ya había sido utilizado con anterioridad. ¿Cómo puede haber ocurrido? Era un maniático del orden, cada chip tenía una asignación de individuo, dependiendo del sexo, edad, morfología, grado de deficiencia cerebral, etc. para disminuir las posibilidades de rechazo. De manera que el chip de un ratón con unas determinadas características debía de implantarse en otro que reuniera las mismas. Si el animal moría se retiraban y destruía para evitar contaminaciones.

Ben no disimuló su enfado cuando entró el resto del equipo. El responsable de la  extracción era Paul Ewan, un brillante estudiante de bioquímica que trabajaba en prácticas. En otra ocasión la bronca hubiera sido memorable, o motivo claro de despido,  pero esta vez Ben se quedó en unas cuantas frases recriminatorias. Además era el alumno preferido del profesor Lin, quien había partido ya a Shanghái. Este año se celebraba el decimo congreso de la fundación NAE y siempre le gustaba ir unos días antes para reunirse con sus colegas científicos. Ben partiría dos días más tarde, no solo como un mero invitado, sino que representaría a la fundación y explicaría en su ponencia, los avances con los microchips.

Su cerebro funcionaba a pleno rendimiento. Algo había ocurrido entre los dos procesos. El mismo chip había sido implantado en dos cerebros con desigual resultado. Mientras que el 0402AKI1143 había muerto el seguía vivo. No podía ser casualidad, habían probado con 92 ratones y sólo este había sobrevivido.
                                                                              
 - Paul, ¿has destruido todos los chips de las extracciones? – dijo secamente Ben.
-         - Aún no Doctor...  – dijo el estudiante aún avergonzado por su error.

-          - Muy bien, esterilízalos, vamos a implantarlos de nuevo.


Suponía lo que había ocurrido. Al insertar el chip con la secuencia neuronal en el primer ratón, se habría modificado la interactuación eléctrica entre las neuronas enfermas, pero también habrían sido modificadas las sanas, desencadenando disfunciones orgánicas que llevaban a la muerte al animal. Al morir el primer ratón también había alterado la configuración del chip, inutilizando algunas secuencias relativas a las funciones corporales. Al insertarlo en el segundo animal, no había desencadenado tantos cambios neuronales, no era tan agresivo. ¿O quizás el chipo esté inactivo y por eso no ha alterado el organismo?  Se decía absorto en sus pensamientos. Pero, ¡ha pulsado la palanca! Este estímulo no estaba archivado en su cerebro.

“De ser así, estamos ante el mayor descubrimiento de la ciencia” - pensaba visiblemente excitado, -  “Estamos intercambiando información entre cerebros


-        Doctor, ya están todos esterilizados, - comentó el joven Paul.

-        Muy bien, vamos a insertarlos – le dijo Ben a todo su equipo.


Eran más de las seis de la tarde cuando finalizaron. En total habían insertado once chips en otros tantos ratones. Inmóviles en sus jaulas, Ben había comprobado previamente que ninguno de ellos pulsaba la palanca de la comida. No tenían ese estímulo en el cerebro. “¿Despertaran? ¿Morirán? ¿Pulsaran la palanca?” pensaba mientras iba recorriendo uno a uno los cuerpecillos inmóviles de aquellos roedores albinos. Sumido en sus pensamientos comprobó los niveles de oxigeno y temperatura de la sala y cerró las puertas con un llave.

Por supuesto que esa noche no pudo dormir, dominado por la ansiedad de lo que este cambio podría suponer para la humanidad. Aquel descubrimiento estaría al nivel del descubrimiento del fuego, de la rueda, de la electricidad, de la penicilina o de internet. Si fuera posible intercambiar información entre cerebros humano, ¿cómo evolucionaría la sociedad? Sólo formular la pregunta le produjo de nuevo ansiedad. Recordando las palabras de Freud, el hombre opera por instintos primarios con el fin de conseguir placer y reducir la tensión, un sistema de energía con instintos agresivos y sexuales. Si el hombre era capaz de llevar el genocidio a millones de personas, de abusar sexualmente de niños indefensos, de matar por placer, de envidiar lo que es del prójimo, de ostentar y ejercer el poder ¿Qué no haría para conseguir la información?

Absorto en sus pensamientos percibió los primeros rayos de luz del día, que asomaban bajo la persiana. Se dijo para sí que, en realidad, no tenía nada aún, y de tenerlo, era un pequeña prueba de intercambio de información entre ratones. Otra cosa sería acceder a cerebros de seres humanos.

No eran aún las siete de la mañana cuando entraba con rapidez en el laboratorio, sin comprobar los controles de temperatura, ni los informes de su equipo de trabajo. Tampoco dejó post-it en las pantallas entrando directamente a la sala de animales. Su corazón se aceleró. Allí estaban los once ratones vivos, cada uno en su diminuta y rectangular jaula, tres de ellos tenían comida. ¡Habían pulsado la palanca!

Notaba con recelo que el corazón le convulsionaba dentro del pecho. ¡Lo había logrado! En tres de aquellos ratones había logrado traspasar la información de otro cerebro, y además, aparentemente, los síntomas del Alzheimer habían disminuido.

Eran ya las 7:30 de la mañana y tenía que tomar una decisión. No podía arriesgarse a que esta información se divulgase. Aún era pronto. Mañana saldría para Shanghái, hablaría de los logros alcanzados y los avances en los procesos, pero no podría comentar esto, tenía que permanecer en secreto.


-      -  Buenos días profesor, - dijo alegremente Margaret.

-      -     Buenos días, - contestó Ben.

-       -  Tiene mal aspecto, ¿ha dormido bien?

-        -  Si, - mintió Ben- solo es un poco de cansancio.

-    -  ¿Cansado? – insistió Margaret – Me alegro, ya pensábamos que usted no era humano, ¿cómo están nuestros retoños?

-         -  Muy bien, han sobrevivido nueve.