Siempre era el primero en llegar al laboratorio;
también el último en marcharse. Entraba despacio, oteándolo todo. Analizaba
cada puesto de trabajo de su equipo, el estado de cada experimento, los
controles de temperatura, repasaba los informes del día anterior, corregía
anotaciones y empapelaba con post-it las pantallas de los ordenadores.
Luego se
encaminaba a las jaulas de animales, los miraba en silencio, observando cada
detalle. Les habían inducido alzhéimer.
¡Sigue vivo!
- se
sorprendió Ben mientras cogía su cuaderno de notas – El 00402AKI1177 sigue vivo!
Habían pasado tres días desde la operación y parecía
estar casi recuperado. Le habían implantado el chip a las 12:27, permaneciendo
inmóvil casi catorce horas; a las 2:59 movió un poco la cabeza, pasando seguidamente
a estado de letargo tres horas más. Dos horas más tarde volvió a despertarse y, arrastrando las patas,
pulsó la palanca. A partir de ese momento los periodos de actividad se normalizaron.
Había comido, dormido y defecado. Aparentemente, su estado rozaba la plena
actividad, aunque sus movimientos eran lentos y pesados y con más intervalos de
sueño, pero poco a poco iba recobrando vitalidad.
¿Cuál es la
diferencia? – se dijo
absorto en sus pensamientos.
El proceso se había repetido en casi todas las
ocasiones. Normalmente el sujeto despertaba después de la cirugía, pero salvo
en esta ocasión, todos morían. El chip no lograba mantener las constantes
vitales, casi todas las muertes eran fruto de disfunciones corporales,
hemorragias cerebrales, insuficiencia respiratorias y paradas cardiacas.
¿Por qué no ha muerto?
Todos los chips eran clones. Tenían el mismo código. Habían implantado
un minúsculo chip en el hipocampo de ratones sanos con el fin de recoger la
conexión sináptica de su red neuronal. Posteriormente clonaban este chip y lo
insertaban en la neocorteza de los ratones inducidos con la enfermedad de
Alzhéimer. El objetivo era restablecer las conexiones neuronales, bien
activando eléctricamente las dañadas o sustituyendo las mismas por otras sanas.
La proteína Beta Amiloide producía cantidades excesivas de un neotrasmisor
llamado glutomato, que dañaba las sinapsis entre neuronas y con ello las
conexiones. Con este método se busca algo parecido a reinstalar el sistema
operativo de un ordenador para poder acceder al disco duro sin perder la
información, o bien, acceder a ella desde otro.
Pero Ben quiso ir más allá. En secreto, adiestró a
tres ratones sanos, de manera que para adquirir su ración de comida debían
pulsar una pequeña palanca. Una vez entrenado, el ratón archivaba en su cerebro
ese estímulo. Quería comprobar si al traspasar el microchip a otro cerebro el
receptor reaccionaba de la misma manera.
Encendió el ordenador y entró en la base de
datos, comprobando uno por uno las notas
de los implantes.
Tecleó el primero de los códigos: 0402AKI1417 y la pantalla le mostró la
información.
Sexo: Hembra.
Especie: Mus Muculus
Edad: 11 meses
Peso 29g:
Tamaño: 14cm.
Día implante: 17 Marzo
Hora implante: 11:21h
Chip: X103
NOTAS: Despierta, no se levanta.
Vivo. Muere tras 17 horas. Insuficiencia cardiaca.
Del mismo modo, fue comprobando los
informes de los chips implantados tres días antes, todos con el mismo
resultado. El animal moría pasadas unas horas.
Al insertar el 0402AKI1177 algo le llamó
poderosamente la atención. La pantalla mostraba que el chip implantado ya había
sido utilizado con anterioridad. ¿Cómo
puede haber ocurrido? Era un maniático del orden, cada chip tenía una
asignación de individuo, dependiendo del sexo, edad, morfología, grado de
deficiencia cerebral, etc. para disminuir las posibilidades de rechazo. De
manera que el chip de un ratón con unas determinadas características debía de
implantarse en otro que reuniera las mismas. Si el animal moría se retiraban y
destruía para evitar contaminaciones.
Ben no disimuló su enfado cuando entró el resto del
equipo. El responsable de la extracción
era Paul Ewan, un brillante estudiante de bioquímica que trabajaba en
prácticas. En otra ocasión la bronca hubiera sido memorable, o motivo claro de
despido, pero esta vez Ben se quedó en
unas cuantas frases recriminatorias. Además era el alumno preferido del
profesor Lin, quien había partido ya a Shanghái. Este año se celebraba el
decimo congreso de la fundación NAE y siempre le gustaba ir unos días antes
para reunirse con sus colegas científicos. Ben partiría dos días más tarde, no solo
como un mero invitado, sino que representaría a la fundación y explicaría en su
ponencia, los avances con los microchips.
Su cerebro funcionaba a pleno rendimiento. Algo había
ocurrido entre los dos procesos. El mismo chip había sido implantado en dos
cerebros con desigual resultado. Mientras que el 0402AKI1143 había muerto el
seguía vivo. No podía ser casualidad, habían probado con 92 ratones y sólo este
había sobrevivido.
- Paul, ¿has
destruido todos los chips de las extracciones? – dijo secamente Ben.
-
- Aún no
Doctor... – dijo el estudiante aún
avergonzado por su error.
- - Muy bien,
esterilízalos, vamos a implantarlos de nuevo.
Suponía lo que había ocurrido. Al insertar el chip con
la secuencia neuronal en el primer ratón, se habría modificado la
interactuación eléctrica entre las neuronas enfermas, pero también habrían sido
modificadas las sanas, desencadenando disfunciones orgánicas que llevaban a la
muerte al animal. Al morir el primer ratón también había alterado la
configuración del chip, inutilizando algunas secuencias relativas a las
funciones corporales. Al insertarlo en el segundo animal, no había
desencadenado tantos cambios neuronales, no era tan agresivo. ¿O quizás el
chipo esté inactivo y por eso no ha alterado el organismo? Se decía absorto en sus pensamientos. Pero,
¡ha pulsado la palanca! Este estímulo no estaba archivado en su cerebro.
“De ser así,
estamos ante el mayor descubrimiento de la ciencia” - pensaba visiblemente excitado,
- “Estamos
intercambiando información entre cerebros”
- Doctor, ya
están todos esterilizados, - comentó el joven Paul.
-
Muy bien,
vamos a insertarlos – le dijo Ben a todo su equipo.
Eran más de las seis de la tarde cuando finalizaron. En
total habían insertado once chips en otros tantos ratones. Inmóviles en sus
jaulas, Ben había comprobado previamente que ninguno de ellos pulsaba la
palanca de la comida. No tenían ese estímulo en el cerebro. “¿Despertaran? ¿Morirán? ¿Pulsaran la
palanca?” pensaba mientras iba recorriendo uno a uno los cuerpecillos
inmóviles de aquellos roedores albinos. Sumido en sus pensamientos comprobó los
niveles de oxigeno y temperatura de la sala y cerró las puertas con un llave.
Por supuesto que esa noche no pudo dormir, dominado
por la ansiedad de lo que este cambio podría suponer para la humanidad. Aquel
descubrimiento estaría al nivel del descubrimiento del fuego, de la rueda, de la
electricidad, de la penicilina o de internet. Si fuera posible intercambiar información
entre cerebros humano, ¿cómo evolucionaría la sociedad? Sólo formular la
pregunta le produjo de nuevo ansiedad. Recordando las palabras de Freud, el
hombre opera por instintos primarios con el fin de conseguir placer y reducir
la tensión, un sistema de energía con instintos agresivos y sexuales. Si el
hombre era capaz de llevar el genocidio a millones de personas, de abusar
sexualmente de niños indefensos, de matar por placer, de envidiar lo que es del
prójimo, de ostentar y ejercer el poder ¿Qué no haría para conseguir la
información?
Absorto en sus pensamientos percibió los primeros
rayos de luz del día, que asomaban bajo la persiana. Se dijo para sí que, en
realidad, no tenía nada aún, y de tenerlo, era un pequeña prueba de intercambio
de información entre ratones. Otra cosa sería acceder a cerebros de seres
humanos.
No eran aún las siete de la mañana cuando entraba con
rapidez en el laboratorio, sin comprobar los controles de temperatura, ni los
informes de su equipo de trabajo. Tampoco dejó post-it en las pantallas
entrando directamente a la sala de animales. Su corazón se aceleró. Allí
estaban los once ratones vivos, cada uno en su diminuta y rectangular jaula,
tres de ellos tenían comida. ¡Habían pulsado la palanca!
Notaba con recelo que el corazón le convulsionaba
dentro del pecho. ¡Lo había logrado! En tres de aquellos ratones había logrado
traspasar la información de otro cerebro, y además, aparentemente, los síntomas
del Alzheimer habían disminuido.
Eran ya las 7:30 de la mañana y tenía que tomar una
decisión. No podía arriesgarse a que esta información se divulgase. Aún era
pronto. Mañana saldría para Shanghái, hablaría de los logros alcanzados y los
avances en los procesos, pero no podría comentar esto, tenía que permanecer en
secreto.
- -
Buenos días
profesor, - dijo alegremente Margaret.
- -
Buenos días,
- contestó Ben.
- -
Tiene mal
aspecto, ¿ha dormido bien?
- -
Si, - mintió
Ben- solo es un poco de cansancio.
- -
¿Cansado? –
insistió Margaret – Me alegro, ya pensábamos que usted no era humano, ¿cómo
están nuestros retoños?
- -
Muy bien,
han sobrevivido nueve.