Amanecía cuando
el silbido de mensajería del móvil despertó a Johnny. Pensó asombrado que no le
dolía la cabeza ni estaba mareado tras la fiesta de la noche anterior. Buscó el
terminal con la mirada hasta que lo localizó en la escribanía de melanina beige
situada al lado de la puerta. La cortina del ventanal estaba corrida y no había
mucha luz. Se levantó, separó levemente con los dedos la cortina para comprobar
el cielo, y cogió el móvil. Había recibido un mensaje de Delio. “A las 10 a.m.
en Sunday´s”
-“Delio… ¿qué coño querrá? Quedamos en no volver a
vernos en la vida. ¿Cómo conoce este número? ¿Y qué hace en Miami?
Llamó a los
Baywacht y logró que Paul Wheller le supliera esa mañana en la playa. Después
de ducharse se vistió de blanco inmaculado. Polo, pantalón y zapatillas de
tenis, acompañados por un sombrero de alas anchas y bajas, blanco también. Las
gafas Ray-ban configuraban su aspecto final que oscilaba entre pijo y chulo de
putas. Salió del motel y cabalgó sobre su Harley, dirigiéndose a Miami Beach.
Sunday´s estaba en segunda línea de la playa, en una esquina de la calle
paralela a Ocean Drive, muy próximo a un centro comercial. Con casi una hora de
anticipación Johnny decidió tomar su desayuno sentado junto a la cristalera de
un StarBucks, desde donde divisaba su lugar de cita. Mientras, repasaba el
correo electrónico y el resto de mensajería, toda publicitaria, de su móvil. Su
cuenta de correo era, por supuesto, falsa, y solo mantenía contacto con algún
chat. Todo lo demás era un continuo martilleo publicitario y correo spam.
Cuando apuraba el último sorbo notó como una mano sujetaba con fuerza su hombro
derecho mientras una voz masculina que
en un correcto inglés le susurraba:
-
No
te vuelvas, Johnny, y escucha.
Johnny sostuvo
en el aire y frente a sus labios la taza, inmóvil. La voz continuó:
-
No
sabes quién soy y no debes volverte para seguir sin saberlo. Por tu bien. Te
hablo en nombre de Delio. A las diez en punto dirígete al Sunday´s y pide un
expreso al final de la barra. El camarero te dará un sobre. Tómate el café y
después vuelve al motel. Allí podrás ver el contenido del mismo. ¡No antes! ¿Lo
tienes claro?
Johnny asintió
con la cabeza.
-
Ahora
sigue sin volverte. Desapareceré sin más.
Johnny dejó de
sentir la presión sobre su hombro así como la presencia del hombre que le había
hablado y apuró el resto del café. A las diez menos dos minutos, guardó el
móvil, pagó la cuenta y se dirigió al Sunday´s.
El local era muy
grande y estaba alegremente iluminado gracias a los grandes ventanales que
dejaba entrar la radiante luz del Caribe. El aire acondicionado protegía del
calor a los parroquianos que, a esas horas, no eran muchos. Se dirigió
directamente al final de la barra evaluando a cada camarero que había tras la
misma hasta llegar al último. Se sentó a horcajadas en un taburete y dejando el
sombrero sobre la barra pidió al empleado que tenía enfrente un expreso.
-
Enseguida,
señor.
Era muy joven,
de tez aceituna y corta estatura, con marcado acento hispano, posiblemente
cubano. Johnny permaneció atento a los movimientos del camarero, esperando de
un momento a otro que le entregara el sobre. Sin embargo éste le sirvió el café
con una sonrisa, retirándose hacia la cafetera donde volvió a trajinar. Johnny
dirigió su mirada al resto de camareros y giró la cabeza para ver la totalidad
del local pero no distinguió a ninguna persona ni movimiento extraño alguno.
Comenzó a saborear su café expreso cuando
cerca de él, por la parte exterior de la barra, un camarero dejó una
bandeja con vasos y tazas recogidas de las mesas. El friega platos salió de la
cocina y recogió la bandeja volviendo sobre sus pasos con la misma. Johnny vio
entonces que, en el lugar donde había estado la bandeja, apareció un pequeño
sobre gris. De inmediato alargó el brazo y lo cogió, observando que estaba
cerrado, y lo introdujo en el bolsillo posterior de su pantalón. Siguió
escrutando el entorno sin ver a nadie que pudiera estar vigilándolo y sin poder
identificar al camarero que había dejado la bandeja. Pagó y salió a la calle en
busca de su motocicleta.
Le habían dicho
claro que debía regresar al motel. Mientras esperaba en un semáforo pensó en
Delio y como lo habría localizado. Hacía casi dos años que se vieron por última
vez cuando se vio implicado en aquel desastre. No entendía como había podido
salir mal. ¿Un chivatazo? ¿De quién? Se acordó de Pulp Fiction. A veces la
realidad superaba a la ficción y aquello fue una matanza. Y entonces apareció
Delio cuando estaba contra la pared. No le dio explicaciones ni le hizo
preguntas. Le dio dinero, papeles nuevos y le ordenó que desapareciera. Johnny
no llegaba a entender el interés que se había tomado en ayudarlo porque él no
era más que un simple “liquidador” y nadie tenía interés en mantener relaciones
con él, más allá de las estrictamente profesionales. Y tampoco podía
comprometer a nadie. Nunca sabía quién le contrataba. El único contacto venía
en clave a través del móvil y en instrucciones que recogía en sobres en puntos
de correo previamente concertados al igual que el dinero. Además, Johnny
realmente desapareció. En dos años había estado en diversos lugares trabajando en
bares o en la construcción, acabando en Miami Beach vigilando jubilados. No
gastaba más de lo necesario para no llamar la atención. Alguna vez trapicheaba
con pequeñas cantidades de droga, pero al menudeo, y casi para su consumo. Nada
especial, pues. Su intención era salir del país y comenzar una nueva vida muy
lejos de allí.
Los bocinazos le
indicaron que la luz del semáforo estaba en verde y arrancó en dirección al
motel. Cuando llegó, desde su lugar de aparcamiento miró en dirección a su
habitación, en la primera planta. La cortina estaba corrida por lo que dedujo
que ya habían arreglado el cuarto. Fue a la recepción y sacó una pepsi sin
cafeína de la máquina de refrescos que bebió casi de un trago. El
recepcionista, un afroamericano con ojos saltones y una boca enorme,
proporcional a sus brazos y espalda, desvió su atención cuando comprobó que era
un cliente el que manipulaba en la máquina. Johnny se acercó al mostrador y
preguntó si tenía algún mensaje o había recibido alguna visita, El armario ropero
le dio una respuesta negativa, mirándole fijamente. A Johnny le pareció que el
negro tenía dos huevos en la cara en lugar de ojos. Salió al exterior y se
dirigió a la escalera que daba acceso al piso superior. Con precaución abrió la
puerta de la habitación y comprobó que, efectivamente, ya había sido limpiada.
Miró en su armario y en el fondo de la maleta y no observó nada fuera de sitio.
Olía a desinfectante. En el cuarto de baño se subió a la taza del inodoro e
introdujo la mano en la cisterna, comprobando con los dedos que allí estaba la
funda de plástico impermeable que contenía su Glock de nueve milímetros. De
vuelta a la habitación miró entre las cortinas hacia el aparcamiento y a la
carretera sin detectar anormalidad alguna. Echando la mano hacia atrás buscó el
sobre en el bolsillo del pantalón extrayéndolo a la vez que se sentaba en el
borde de la cama. Con la uña levantó la solapa y rasgó el papel, sacando una
hoja blanca doblada. La abrió y leyó su contenido. “L.A. 13/10/08 9:30 p.m. ARCO-Sunfax 7901 W SB”. Y abajo
indicaba: “Imperium”
¡Imperium! La
palabra salió de la boca de Johnny.